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Bienvenid@s.En este blog tratamos de seleccionar, analizar y difundir la información útil de actualidad desde el compromiso con valores que priman la justicia social y la igualdad de todas las personas. Intentamos eludir la censura que muchas empresas editoras aplican a sus propios contenidos periodísticos para que no entorpezcan sus objetivos económicos y/o políticos. Necesitamos una nueva forma de transmitir la información y este puede ser un buen formato para empezar de nuevo...

lunes, 12 de mayo de 2008

¿Eficacia o abuso?

Amig@s: el ultracapitalismo disponde de cuantiosos recursos materiales e intelectuales para vendernos la moto. Al fin y al cabo, su vida depende de hacernos creer que hay que pagarles a unos cuantos por cosas que no sirven para nada (marketing), o por cosas de extrema necesidad que antes teníamos gratis, como el agua(especulación).

Uno de los últimos recursos doctrinarios de ese sector de bandidos consiste en esgrimir el nuevo gran dogma de la eficacia. La eficacia es buena, siendo eficaces todos salimos ganando, los procesos se aceleran, las cosas funcionan, esto no es de izquierdas ni de derechas, dice ese argumento. La eficacia es libertad, la eficacia nos garantiza una sociedad mejor.

Vale. Está claro que la eficacia en la gestión es muy deseable. El problema de fondo es que hay un sector de ultracapitalistas (y también de fascistas en el pasado) que ha visto hueco en ese dogma para llevarse el gato al agua. Dorgmáticos que tratan de imponer su propia visión de la eficacia. Estos dogmáticos, que, dicho sea de paso, no dan consejo sin pasar factura, enarbolan decálogos de aplicación del nuevo dogma que, de ser ciertos y aplicables al 100%, desembocarían (han desembocado de hecho en muchos sitios) en una sociedad injusta, llena de prejuicios, insolidaria, abandonada a la ley del más fuerte, basada en el "tanto trabajo, tanto valgo". Ya nos gustaría a muchos que algunos grandes ladrones ("almirantes", los descubrimos en la entrada anterior) trabajasen menos.

Para evitar la invasión de los argumentos "eficacistas", propongo que nos planteemos en la intimidad ded nuestra alcoba algunas preguntas:

1. ¿La humanidad necesita realmente tener a un 80% de los individuos trabajando en jornadas extenuantes por sueldos miserables para no lograr siquiera una sociedad justa y equilibrada, en la que todos los seres humanos tengan bienestar?

2. ¿De quién fue la idea de que era necesario trabajar para ganarse el pan de cada día? Ah, sí, venía en la biblia. ¿No va siendo hora de que revisemos estas cosas? Ya estamos creciditos, ¿no?

3. ¿De verdad alguien puede creerse que los alimentos suben de precio porque hay escasez y que la escasez es consecuencia de una mentalidad poco trabajadora? ¿Nadie recuerda al temible especulador?

4. ¿A qué velocidad hay que trabajar? Uno de los argumentos principales de los dogmáticos de la eficacia es la velocidad. Las cosas se tienen que hacer rápidamente. ¿Siempre? NO lo creo. Dejemos la velocidad para los tabajos de emergencia (accidentes, sanitarios etc...). En el mercado capitalista (es decir, en el 95% restante del trabajo) la velocidad es un modo de ganar en los mercados financieros. La velocidad es un parámetro financiero, que regula de este modo los flujos de capital que viajan de un lado a otro. De esa velocidad depende la victoria de unos explotadores sobre otros y de los especuladores sobre los productores de materias primas.

La velocidad también era necesaria en la naturaleza para salvar la vida ante depredadores o para cazar a la presa. Es decir, es un instrumento salvaje. Pero en un sociedad que presumimos tan evolucionada técnica y moralmente como la nuestra, se supone que no debería ser necesaria. Hemos "luchado" para eso, ¿no?

5. Cuando alguien imparte doctrina alegre y ufano (y forrado) y trata de convencernos de que "el mundo es así", me pregunto si no será que ese tipo y otros como él quienes están consiguiendo hacer un mundo a la medida de su bolsillo y de su poder.

En fin, estas preguntas son sólo una guía. Seguro que se nos ocurren muchas cosas más. Lo más importante es no dar nunca por buena una opinión, sin haberla pasado antes por el tamiz de nuestra irrenunciable razón.

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