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viernes, 28 de marzo de 2008

Relato: "El brujo de Akad"

Queridos amigos, alumnos, compañeros: de todas mis investigaciones, no puedo recordar ninguna que me haya dado tanto placer y al mismo tiempo tanto dolor como la que me ha permitido completar la historia que os voy a relatar. Soy arqueólogo porque desde niño he soñado con encontrar el rastro de felicidad que dejaron en nuestro camino algunas civilizaciones antiguas. Siempre intuí que se llevaron con ellas un enorme caudal de sabiduría que hoy está casi perdido para siempre. Hoy sé que existe un conocimiento que muere, cuyo poder inmenso, casi ilimitado, ha sido oscurecido por el paso del tiempo y por los avatares de la Historia, y devorado por sentimientos a veces caprichosos, a veces infames, de las personas poderosas que han pasado por el mundo. Pido disculpas por algunas imprecisiones que encontraréis en mi relato, que son debidas al mal estado de las tablillas de arcilla escritas en caracteres sumerios que he ido recopilando a lo largo de estos años así como de un papiro egipcio. Algunas partes de la narración serán rechazadas por los más ortodoxos como mera mitología. Yo creo cada coma de lo que he escrito en este papel, y esta es la enseñanza que quiero transmitiros en mi última lección.

Empezaré diciendo que hace miles de años, durante el largo reinado de Sargón, se celebraban cada año en su reino de Akad unas fiestas que conmemoraban el mito del eterno retorno. Esta fábula, que se expandió por toda Mesopotamia, explicaba por qué cada primavera la naturaleza resurgía tras vencer al invierno. Los akadios hacía siglos que tenían convencidos a casi todos los pueblos vecinos de que tan alegre explosión de vida la provocaban cada año la unión amorosa del gigante Gilgamesh y la Diosa Ishtar. Como premio por el júbilo carnal de los dos dioses, brotaban cada año nuevas cosechas, llegaban los frutos a los árboles, y el mundo conocido se repoblaba de seres llenos de energía que se desperezaban súbitamente del letargo invernal.

Con el tiempo, las fiestas de primavera se hicieron muy famosas y terminaron atrayendo al pequeño Reino de Akad a pueblos de todo el valle, y de aún más lejos. Gentes llegadas de todos los pueblos competían por lucir los mejores vestimentas, los carruajes más pomposos, las joyas más preciosas. Ricos y pobres, nobles, sacerdotes, soldados, esclavos, prostitutas y plebeyos, todos, incluido el Rey, olvidaban por unos días su verdadera condición y se entregaban al disfrute de la primavera. El Rey Sargón ensanchó así los límites del Reino de Akad con la fuerza de la paz y de la fiesta y creó el primer Imperio conocido en el mundo, un Imperio de paz.

En la gran explanada de la ciudad de Akad, la capital del Reino, se concentraba, durante los días de la celebración, una muchedumbre cosmopolita que vendía y compraba frutas, esclavos, vasijas, documentos, tablillas, bebidas… casi todo lo que se pueda imaginar se podía encontrar en la explanada.

En uno de los vértices del gran rectángulo de la explanada, junto a un muestrario de sedas de oriente y delante del lago de los juncos, se situaba en los años de esplendor un puesto de cervezas que se ganó desde el principio un enjambre de borrachines, ociosos pendencieros que porfiaban cada día bajo los efectos del brebaje. Lo atendía un joven, casi adolescente, licorero de Akad al que llamaban Tablús. El pequeño Tablús se daba a sí mismo ante sus clientes el título de Mago, porque aseguraba que su método para fabricar la cerveza, el vino y otros licores estaba sacado de un libro de fórmulas escrito por un brujo llamado Poshtu, que vivía oculto en las montañas cercanas de Shemir.

Tablús entretenía a la clientela con la historia del brujo, y entre cuento y cuento iba llenando las copas de los bebedores que, absortos con los vapores del brevaje, tratando de desentrañar el misterio del mago y de sus pócimas ardientes, caían en el sopor del vino. De este modo aflojaban la bolsa del dinero por sí mismos y si no, se las aflojaban los ladronzuelos que se apostaban cerca del puesto de bebidas. El avispado tendero se repartía después las ganancias con los ladrones. Con estas malas artes, Tablús pronto se convirtió en el mejor vendedor de la fiesta.

-“El gran Mago Poshtu me dio las fórmulas sagradas del vino y cuando conseguí repetirlas todas tres veces sin leerlas, me consagró como su único discípulo y me otorgó este título de Mago que aquí puedes ver”, le explicaba un día Tablús a un rico mercader de paños recién llegado de Creta, al tiempo que extendía ante su atento cliente un rollo de pergamino egipcio en el que podía leerse:

“Por el Poder del Reino de la Fauna Gigante Nombro a Tablús Ministro Mágico de la cerveza, del vino y de otros licores milagrosos así como de las materias medicinales que las componen. Lo designo con la conciencia gozosa de que ha aprendido de mí las buenas artes del manejo de las pócimas para la salud del prójimo y esperanza de mi bolsa”.

Poshtu, el brujo de Shemir”.

-“¿Y qué tienen de mágico y hechicero el vino y la cerveza de ese farsante, si puede saberse?” Replicó el mercader.

-“Depende”, contestó Tablús, mientras llenaba de nuevo el vaso del mercader, “porque cada uno tiene su efecto, pero acabas de beberte un vino hecho con cáscaras de unas frutas que se llaman naranjas. Su poder es aún un misterio, porque conozco bien el hechizo de los demás licores que tengo en venta pero esta vez el maestro hizo una excepción y me dio la fórmula sin que se la hubiera recitado tres veces, como es costumbre, y sin saber nada más que su componente principal”.

El mercader de paños era un experto en el arte de la compraventa, pero casi no se dio cuenta de que ya llevaba tres vasos de cerveza y dos de vino, y de que la conversación ya le había hecho soltar más monedas de las que le aconsejaba su prudencia de comerciante. Cuando notó el gasto que estaba haciendo, agarró a Tablús por el cuello y le dijo:
-“Maldito mequetrefe, quieres enredarme con tus fantasías para que me deje en tu antro el dinero que con tanto esfuerzo he venido a ganar con mis paños a Akad, te voy a dar yo a tí brevajes envenenados”. Y sin soltar el cuello de Tablús, con el puño de la otra mano comenzó a golpearle.

Le habría dado una buena paliza entre los aullidos de admiración de los demás borrachos si, de pronto, la mano no se hubiera soltado súbitamente del cuello, como movida por un ingenio. Apenas hizo este movimiento, el puño del agresor se convirtió en una enorme pezuña de felino con unas garras sucias y encorvadas del tamaño de un gran capón cebado. Una inmensa sombra espectral cubrió el puesto de bebidas y también los tenderetes aledaños mientras los transeúntes dejaban perplejos sus quehaceres en la feria para mirar aterrados lo que se les venía encima. Un león gigante cuya cabeza estaba tan alta que se elevaba por encima de las murallas del Palacio Real, y cuyo rugido aún entrecorta el sueño de los habitantes de Akad, acechaba con aliento de fuego y mirada de fiera sanguinaria.

Sobre la piel del inmenso felino rugiente aún colgaba hecho jirones el empequeñecido traje de lujo que portaba el mercader, ahora convertido en un monstruo infernal.

La gente corría despavorida en cualquier dirección para huir de esta visión de pesadilla. Muchos corrieron al Palacio del Rey, pensando que allí encontrarían mejor refugio ante el monstruo. La multitud se agolpó en las puertas y empujó con el impulso de su histeria hasta que los goznes cedieron. Los centinelas trataban en vano de rechazar las oleadas de una multitud que terminó por apoderarse del castillo. El monstruo la emprendió a golpes con las murallas pero lo peor de todo era el terrorífico rugido que surgía de las profundidades del estómago del animal y se colaba hasta la mismísima médula espinal.

En medio de la muchedumbre histérica, Tablús llamaba a gritos al mercader. No podía creer que el animal del averno que se apoderó de la fiesta de Akad fuese ese tosco y mezquino comerciante isleño, a pesar de que distinguía perfectamente la prueba de la increíble transformación: los restos de su traje sobre el lomo de la bestia.

El mercader convertido en fiera no podía contestar, pero a cambio una risa esperpéntica de viejo se elevó por encima del rumor de la masa y de los rugidos del animal para responder a Tablús. Las carcajadas apenas dejaban escuchar el grito de júbilo del viejo:

-“Has soltado a Tano, ja, ja, ja, has soltado a Tano!”

-“¡Poshtu!”, exclamó Tablús. El viejo brujo autor de las fórmulas mágicas había irrumpido así en la explanada de la feria.

-“¿Qué has hecho con el mercader? ¿Qué va a pasar ahora con esa fiera que amenaza Akad? ¿Qué va a ser de mí sin mi tienda destrozada por este monstruo? ¿Qué pretendes con esto?”, le gritó el muchacho.

Pero el brujo actuaba como si no oyera las palabras de su discípulo. Caminó pesadamente, como los ancianos centenarios, hasta llegar al puesto de licores. En ese momento emitió un fuerte silbido. El sonido que salió de su boca captó inmediatamente la atención de la bestia que seguía lanzando zarpazos contra los muros de la fortaleza real.

El monstruo dejó lo que estaba haciendo y galopó en dirección al puesto de licores. La multitud que se había refugiado en torno al lago a espaldas del puesto comenzó a tirarse al agua en su desesperación, confiando en que el felino no se atreviera mojarse. En el puesto sólo quedaban Tablús y el brujo. El león fijó su mirada de sangre en los dos hombrecillos cuando se detuvo a un metro de ellos. Incapaz de mirar de frente la imponente figura que tenía delante, Tablús comenzó a recitar una oración sumeria para despedirse de este mundo.

En ese momento, Poshtu le dijo al monstruo:
-¡Tano, siéntate!

El pesado animal dio una vuelta sobre sí mismo, al modo de los perros cuando están a punto de hacer sus necesidades en la calle, y se sentó junto al mago. Pronto su lengua descomunal empezó a lamer el cuerpo completo del brujo, con tanta fruición que el anciano caía una y otra vez al suelo y tenía que levantarse de nuevo. La gente empezó a recobrar la calma. Los que aún estaban en el agua empezaron a salir con cuidado y se desplegaron chorreando por la orilla a espaldas de la tienda de Tablús. Algunos osados asomaban tímidamente la cabeza por las puertas de la fortaleza.

En el Palacio Real, el Rey, que se había escondido en una cámara secreta, preguntó a su guardia:
-“¿Se ha ido ya?
Un soldado respondió:
-“No, Majestad. Se ha tumbado junto a un viejo y le está haciendo cosquillas con la lengua en la explanada de la fiesta”.

-“Pues llevadme hacia allá, cobardes, tengo a un súbdito anciano aplacando a una fiera y a miles de mis soldados temblando como gallinas en los sótanos del Palacio! Quiero conocer a ese monstruo. Juntos podremos dominar el Universo!”

En la explanada, el pequeño Tablús recobró la calma, y se recuperó lentamente del susto. Cuando pudo hablar le dijo a su maestro:

-“Era verdad todo lo que me habías contado?”. ¿Esa patraña que llevo años contando en los mercados de toda Mesopotamia para vender mejor mis asquerosos vinos era cierta? ¿He convertido yo a ese mercader en monstruo con el vino de naranja?”

Poshtu esta vez lo miró con una mirada tierna y le respondió:
-“¿Alguna vez me lo preguntaste, Tablús? Yo mismo te responderé: no. Nunca creíste en la magia que yo te enseñaba, sólo veías en ella una manera de enriquecerte a costa de engañar a los demás. Yo te recogí en el campo casi muerto de hambre y sed y decidí darte lo mejor que tengo, mi magia. Tú fingías que te interesaban las fórmulas y te las aprendías, es cierto, pero sólo porque te proporcionaba una buena historia que contarle a los incautos que fueran a beber a tu garito. Puse a tu alcance esta magia para darte la oportunidad de hacer el bien, pero preferiste no confiar en mí y usarla como un cuento para sacar algunas monedas. Fuiste demasiado incrédulo, avaro y miserable para ser feliz”.

Tablús se llevó las manos a la cabeza con desesperación e hizo el gesto de rasgarse las vestiduras, y dijo:
-“Pero ahora que lo sé será distinto, Maestro. Te pido humildemente perdón por mi torpeza y por mi ignorancia. Déjame que propague por el mundo tu sabiduría con las pócimas que haré con tus fórmulas”. Y continuó: “El mundo quedará tan maravillado que caerá rendido antes nuestros pies y se plegará ante nuestro inmenso poder y podremos tener lo que queramos y…”.

-Poshtu no le dejó terminar la frase: “lo que pides es imposible, Tablús, porque tú ya no tienes el poder de hacerlo. Te he dado mi primera lección. Pero mi magia ha funcionado hoy contigo por primera y última vez en esta vida”.

Tablús hizo una mueca de desesperación y dijo: “¿Qué lección crees que me has dado hoy, viejo brujo?

Y el viejo le respondió: “No la has aprendido aún. Obrará desde hoy en ti de otra manera, invisible y lenta. Te volverás la persona más buena, sabia y feliz del mundo. Pero no será con las pócimas mágicas”.

Un prolongado toque de cuernos interrumpió la conversación y anunció la llegada del Rey Sargón de Akad. El Soberano había salido del castillo e íba a la cabeza de su escolta de 1.000 Guardias del Trono, vestidos con el uniforme de gala. Al llegar al puesto de licores de Tablús, el Rey se bajó del caballo todavía al galope. Luchando por vencer el pavor que le daba acercarse hasta el lugar donde estaban el brujo, el muchacho y la fiera, el Monarca fue finalmente convencido por su creencia de ser señalado por los dioses. Se acercó al mago y le dijo:

-“Sabio de Shamir: salta a la vista que dominas a este monstruo y por tanto lo tomo por una criatura de tu propiedad o de tu magia. Sea como sea, en nombre del pueblo de Akad y de la autoridad que los dioses me confieren, te propongo un trato: dame ese gigantesco felino que asegurará la supremacía eterna del pueblo akadio por los siglos de los siglos. A cambio del honor de librar al pueblo akadio del asedio de sus enemigos y de extender su poder sobre el Universo, pídeme las riquezas que quieras”.

El brujo comenzó a frotarse la barbilla en actitud meditativa. Después de un largo rato, dijo:

-“Majestad, quiero que mandes a tus mejores diplomáticos, carpinteros, artesanos, alfareros y soldados a la isla de Creta y que una vez allí localicen el mejor sitio en el que levantarán la más grande tienda de licores que pueda haber en el mundo. Mientras terminan el trabajo sólo te pido que mantengas a Tano, el león gigante, encadenado y seguro en tu fortaleza para que no haga daño a nadie. Cuando vuestros emisarios hayan acabado su trabajo en Creta, podéis disponer del monstruo como arma invencible para gloria del pueblo de Akad y extensión de tu poder, esa es mi única condición, mi Rey.

Entonces se volvió a Tablús y le dijo:
-“Tablús, mañana saldrás del país de Akad y te instalarás en Creta. Allí regentarás el mayor negocio de licores del mundo.

En esta parte faltan varias tablillas de arcilla que narran la penúltima parte del cuento. Supongo que el Rey aceptó el trato. Lo poco que sabemos y lo mucho que imaginamos nos lleva a la isla de Creta. Por el boca a boca que se transmitía en los puertos y que ha quedado reflejado en algunos escritos fenicios posteriores calculamos que Tablús regentó felizmente el magnífico negocios de cervezas, licores y pócimas que le hizo construir el Rey de Akad a petición del brujo de Shemir. Nunca volvió a tener visiones ni vio transformaciones mágicas de ningún tipo.

Pero cuenta la leyenda que mucho antes de morir, años después de los sucesos de la explanada de Akad, un anciano muy bien vestido se acercó un día a la tienda de Tablús en Creta y le pidió vino de naranja. Tablús le sirvió un vaso y el viejo le pagó con una gran moneda de oro que valía diez veces diez veces lo que costaba el vaso de vino. Tablús avisó inmediatamente a su cliente del error y le devolvió el dinero sobrante. Cuando el viejo le miró a los ojos para darle las gracias, reconoció en su rostro arrugado al mercader que se había convertido en león gigante por su culpa en las fiestas de la primavera de Akad. Nunca dijo nada a nadie, pero Tablús supo en ese momento que había aprendido la última lección de su Maestro.

Durante mucho tiempo mi investigación quedó paralizada en las leyendas de lo que aconteció en Creta, y bien sabeis algunos de mis alumnos lo mucho que he sufrido por no poder cerrar la historia completa durante muchos años. Pero hace muy pocos días tuve la suerte de encontrar una nueva tablilla de arcilla. La tablilla estaba escrita por el viejo Mago y es una especie de carta dirigida al Rey que arroja una luz definitiva a esta historia: reproduzco lo más literalmente que puedo el contenido de la misiva:

“Sargón, mi Rey, señor de los valles fértiles de Mesopotamia, primer gran Rey de Akad, dueño de las cuatro partes del Universo: Tú organizabas cada año en nuestra tierra la fiesta del amor y de la primavera más espléndida que la humanidad ha visto nunca. Con tu espíritu y con la fiesta atrajiste pueblos enteros de Mesopotamia y ensanchaste los límites de nuestro reino. Tus súbditos están orgullosos de serlo y los que no lo son están deseosos de serlo. ¿Para qué necesitabas dominar el mundo con una fiera amenazante y violenta? No te enfades con este humilde servidor, pero has de saber que ese monstruo que guardabas con tanto celo en tu castillo era en realidad un mercader de Creta, un poco tosco pero útil para mis propósitos mágicos. Su destino era, por tanto, despertar de su letargo bestial. Siento el disgusto que debiste llevarte al ver que el felino había desaparecido dejando en su lugar a este hombrecillo desnudo y demacrado. Para proteger al pobre infeliz y a mí mismo he tenido que ocultarte la verdad de la historia hasta que ambos nos encontráramos a salvo”.

A la tablilla le falta un buen trozo en este punto pero ha conservado al menos el fragmento final:

“Sargón, Rey mío, sé por mi magia que dentro de muchos siglos otro Rey con más poder vendrá de más allá del mundo que conocemos y someterá a tu pueblo con la fuerza que le dan mil veces mil leones más temibles que el que tú quisiste para dominar el mundo. Siéntete feliz porque tú y yo sabemos hoy mucho más que esos insatisfechos que vendrán hasta aquí dentro de miles de años a someternos por el fuego. Tú en cambio eres grande por tu bondad”.

Ya puedo irme tranquilo. Escribo mis últimas líneas desde la antigua tierra de Akad, entre los fértiles Tigris y Eufrates. Los médicos me dan horas de vida. Pero estoy feliz, porque la bala perdida (daño colateral lo llaman ellos) que me hirió en la excavación cuando encontré las últimas tablillas de arcilla me ha perdonado el tiempo de vida suficiente para terminar de escribir esta historia. Ahora sé que el viejo mago había escrito en estas queridas tablillas mi destino.


Que la paz sea con vosotros


Mohamed Al Miraibi, Catedrático de arqueología e Historiador. Director del Museo Arqueológico de Bagdad. 1955-2006.

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